Días 31-33: Cần Thơ

Estamos en un homestay precioso en el delta del Mekong (A, un homestay es una especie de hotel en casa de una familia). Se trata de 5 cabañas de madera y hojas de palmera en una parcela larga y estrecha delimitada por dos canales con plantas acuáticas. Bosa, el dueño, nos ha dicho que hasta hace 30 años todos por allí vivían en casas como éstas. Somos de los pocos, a juzgar por la desolación del sitio, dispuestos a pagar algo más para estar más incomodos! Mientras nos entran y salen del boungalow lagartijas y ranas por debajo de las paredes encañadas, a menos de cien metros hay villas de dos plantas con pinta international. De todos modos el sitio tiene un encanto especial y la familia es muy atenta y se te olvidan las incomodidades como la ducha al aire libre.

Ahora que he dormido en un sitio relativamente rural, casi al aire libre, y padecido los ruídos nocturnos del campo vietnamita (casi cuanto padezco el camión de la basura de las 24.00 en Madrid), me pregunto como coño tiene que ser acampar en el monte con lobos, jabalíes y vete tu a ver qué cantidad de bichos menores.

Hemos dado un paseo en bici y averiguado que al lado de cada pequeño canal hay una fila interminable de casas, barracas y parecidos. Lo que hemos visto sería la peor pesadilla de Greta Thumberg, de Greenpeace y de Dickens, que empezaría otro bestseller.

Tanto los canales como el proprio Mekong son un vertedero al aire libre y las fotitos de los instagrammer y los textos de los blogueros que nos han atraído aquí no mencionaban la cruda realidad. Anécdotas: el dueño del homestay tiene dos tortugas acuáticas dentro de botellas de medio litro de agua, las pobres no pueden ni girarse. Los habitantes de las aldeas tiran bolsas de basura desde las ventanas. Los de los puestos de los mercados vierten todo tipo de plásticos y vidrios en las aguas del Mekong.

Lo hemos tomado como un paréntesis didáctico/sociológico.

Hemos ido con Bosa a ver el mercado flotante más grande del delta del Mekong, el Cai Rang. Los puestos del mercado son unas casas/barco de unos 15 metros y solo venden al por mayor. Sus clientes son los barquitos pequeños que luego distribuyen en los mercados. Las barcazas solo venden ortalizas y fruta. Para enseñar a los clientes su producto, cuelgan una pieza en lo alto de una caña de bambú en la proa. Cuando llegan con su cargamento al mercado echan el ancla y no se van hasta que lo hayan vendido todo, pueden tardar días o semanas. Una curiosidad: utilizan motores de coches viejos modificados para desplazar los barcos.

En las orillas hay otro mercado, más estándar digamos, muy bonito, muy auténtico. Habíamos tenido la genial idea de quitarnos los zapatos de trekking, que ya son como una segunda piel, y hacer la excursión en chanclas. El resultado ha sido tener sangre y porquerías incrustadas en las plantas de los pies. De hecho, alguna de las siguientes fotos pueden herir las sensibilidad de nuestros lectores más aprensivos.

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